Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1326
Legislatura: 1888-1889 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 22 de mayo de 1889
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Fernández Villaverde
Número y páginas del Diario de Sesiones: 113, 3078-3082
Tema: Estableciendo un recargo a los cereales y sus harinas sobre los derechos de introducción

Sin exordio, sin preámbulo, sin ambages ni rodeos, empiezo por declarar, en confirmación de cuanto ha dicho aquí el Sr. Ministro de Hacienda, que el Gobierno de S. M. se opone resueltamente a la toma en consideración de la proposición de ley presentada por el partido conservador y apoyada por el Sr. Fernández Villaverde. Y no se opone el Gobierno a la toma en consideración de esta proposición de ley por razón ninguna de escuela; que en este punto, como en todos cuantos se refieren a la cuestión económica, el Gobierno no tiene más bandera que la bandera del oportunismo, ni más mira que la de defender, según su leal saber y entender, los intereses generales del país. (Muy bien). Yo debo declarar, para que no quepa duda a nadie, que entiendo que sería tan absurdo y tan peligroso para los intereses del país un Gobierno sistemáticamente proteccionista como un Gobierno sistemáticamente librecambista.

El Gobierno de S. M., repito, se opone a la toma en consideración de la proposición de ley sostenida por el Sr. Fernández Villaverde, porque hoy por hoy, y mientras las circunstancias no aconsejen, ya que no la necesidad, la conveniencia, la medida que entraña aquélla la juzga contraproducente al objeto que los mismo autores y defensores se proponen, hasta el punto de que su aprobación, sin producir alivio alguno a la agricultura, podrá traer gravámenes y dificultades a otros elementos de la riqueza del país; y no es cosa, Sres. Diputados, que por impedir una importación imaginaria, pues que apenas tiene realidad, traigamos dificultades a exportaciones reales que están siendo el recurso principal y la verdadera riqueza del país. (Muy bien).

Además, Sres. Diputados, no es con la elevación artificial del precio de los productos agrícolas como se viene en auxilio de la agricultura y se facilita la producción recursos. La elevación de los aranceles es un recurso extremo, al cual no se niega el Gobierno si fuera un día necesario; pero no es, en términos generales, el mejor recurso para aliviar a la agricultura y a la producción. La agricultura se alivia aumentando las comunicaciones, abaratando las tarifas, procurándole los medios de adquirir capital o dinero barato, ampliando los mercados y rebajando y aligerando aquellas cargas que pueden pesar con gran pesadumbre sobre sus productos.

Pues bien; en todo esto se ocupa el Gobierno con tenaz insistencia, y a todo esto se encaminan sus disposiciones, los proyectos de ley que ha presentado y los que ha de presentar. Ya lo está el proyecto de ley de caminos de hierro secundarios, y adoptadas están varias disposiciones que han contribuido ya, y se han planteado además otras medidas favorables a la construcción de caminos vecinales; sometido está también al Congreso el proyecto de ley de crédito agrícola, que librará de la usura al pobre labrador; abiertos se hallan, en suma, mercados que hasta hace poco estaban cerrados a la producción española, como lo demuestra la salida que empiezan a tener los productos de la industria catalana y de otras regiones del país. Y en cuanto a aligerar las cargas que pesan sobre la agricultura, el Gobierno ha hecho en este sentido más de lo que se le ha pedido, y además tiene estudiado, y seguiré con tenaz perseverancia, un plan económico que consiste en lo siguiente: en oponerse a todo aumento en los gastos, como no sea para servicios indispensables a la vida del Estado? (Rumores).

¡Ah! ¿Pues qué queréis? ¿Que abandonemos la vida del Estado? ¡Ah! en los tiempos actuales se presentan necesidades a las cuales no hay más remedio que atender, cueste lo que cueste; pero sólo en ese caso, y nada más que en ese caso. (Aprobación en los bancos de la mayoría).

Consiste también nuestro plan en hacer incesantemente [3078] todas las economías posibles por medio de la transformación más conveniente de los servicios públicos; en ir generalizando e igualando los tributos; en buscar la equidad en la tributación, para que todo el que hoy no paga nada, pague lo debido; para que pague menos el que pague mucho, y para que pague más el que pague poco, a fin de que en último término, todos y cada uno vengan a contribuir a las cargas del Estado con arreglo a sus haberes. (Aprobación en todos los bancos de la mayoría).

Pero esta labor ha de ser una labor lenta y larga, si no se quiere que el remedio sea peor que la enfermedad; y en ella hay que tener en cuenta, si ha de dar resultados seguros y positivos, la nivelación formal de los presupuestos y el alza de nuestros valores y de nuestro crédito público, para que ambos estén a la altura a que puedan encontrarse en las Naciones más sólidamente solventes. ¡Ah, Sres. Diputados! entonces será fácil todo; entonces, en lugar de acudir al abrumado contribuyente para hacer la obra del porvenir, se podrá acudir al crédito, porque es justo y debido que nuestros sucesores vengan a pagar los beneficios que nosotros les procuramos, y que más que nosotros van a aprovechar; entonces, será fácil la generalización y la igualdad de la tributación sobre todo lo que signifique beneficio, utilidad, renta, cualquiera que sea su origen y cualquiera que sea su manifestación; pero no adelantemos los términos del problema, porque pudiéramos encontrar resultados contrarios a los que perseguimos; porque pudiera suceder que por un beneficio ficticio, imaginario, aparente, del momento, nos priváramos de beneficios seguros y positivos para el porvenir; que en ninguna cosa es más cierto que en la cuestión de la Hacienda pública aquello de "por mucho madrugar, no amanece más temprano". (Muy bien).

Ahí tenéis, en brevísimas palabras y en términos generales, el pensamiento económico del Gobierno, que exige para que su realización sea fructífera, que no se adelanten las cuestiones, que cada una tenga su solución oportunamente y a su debido tiempo, y que todos, en vez de contrariarse, concurran al fin a que todos aspiramos, que consiste en obtener un presupuesto modesto, como corresponde a los intereses de nuestro país, pero formal y firmemente nivelado; una tributación generalizada y equitativa, un crédito público muy alto, y en resumidas cuentas, una base muy sólida sobre la cual podamos fundar la prosperidad de la Nación sumando a la inteligencia y al trabajo de la generación presente los sacrificios de las generaciones venideras, en justo precio de los bienes que en herencia les leguemos. (Muy bien).

Como veis, en este pensamiento político no se cierra la puerta a ninguna solución; pero por lo mismo, el Gobierno no puede aceptar una proposición presentada hoy por los conservadores porque así conviene a sus miras, y mañana otra proposición presentada por otra fracción política porque convenga a las suyas, porque estas cosas en materia económica no se hacen así, sin plan, sin concierto, sin combinación, sin armonía, sin el delicado y difícil estudio que exige la solución del problema político y financiero de un país. (Muy bien). ¡Buena estaría la Hacienda pública, aun la más segura, no digo yo la española, que está sufriendo los quebrantos de nuestras desdichas y de nuestras vicisitudes, pero la mejor Hacienda pública, si se hubiera de mejorar por una proposición de un Diputado hoy, mañana por otra, y por otra después! Por eso no puedo menos de extrañar y de lamentar la actitud que en este punto han tomado algunos Sres. Diputados que han pasado por el Gobierno, y que saben, porque allí lo han aprendido, cuántos y cuán complicados intereses hay que tener en cuenta en la solución de este importante problema para resolverlo con tino y sin peligro para el país. Pero por lo visto, cuando son Ministerios no han presentado ninguna de estas cuestiones y dejan su programa para cuando no lo son. (Risas y aprobación), lo cual me hace a mí muchísima gracia.

Y eso de guardarse los programas para cuando dejan de ser Ministros, no habiendo hecho hincapié en su resolución cuando lo fueron, me recuerda a mí aquel cosechero de Jerez que habiendo tenido la honra de ver sentado a su mesa a S. M. el Rey, y habiendo S. M. aplaudido mucho sus vinos, el cosechero, muy ufano, le contestó: "Pues, Señor, aún los tengo mejores en la bodega"; y el Rey hubo de replicarle: "Pues buenos deben de ser; pero guárdalos para mejor ocasión". (Risas). Y aquí se me viene rodado un cargo severo que yo tengo que dirigir a mi distinguido amigo el Sr. Gamazo; porque S.S. ha tenido la honra de ser dos veces Ministro de la Corona, y las dos veces he tenido yo la honra y el gusto de proponerle para tan altísimo cargo, y en ninguna de las dos veces me habló S.S. ni una sola palabra de estas cuestiones, que por lo visto están tan arraigadas y son tan antiguas en S.S.; en ninguna de esas dos épocas en que S.S. ha sido Ministro, en ninguna puso dificultad a sus compañeros con exigencias del planteamiento de ninguno de esos importantes problemas que ahora preocupan tanto a S.S.; nunca nos habló de la elevación de los aranceles, nunca nos entretuvo con la exigencia de las economías, nunca nos puso dificultad porque, como ahora, estuviera incumplimentado un artículo de la Constitución; pero dejó S.S. de ser Ministro, y desde el primer momento no hay legislatura en la cual no apremie a sus amigos y no les hostigue y les trate con dureza porque no hacen lo que él, habiendo podido hacerlo, no ha hecho. ¡Ah! ¿Es que la agricultura no estaba entonces como hoy? Es verdad; porque estaba peor. (Risas y aplausos).

Estaba peor, Sres. Diputados, porque estábamos sufriendo los efectos de la crisis general, y mal que bien, vamos saliendo poco a poco. ¿Es que el artículo constitucional no existía entonces como existe ahora? Pues existe, no sólo desde el año 1876, en que nació esta Constitución, sino que existe desde el año 1812, porque no hay Constitución en España que no tenga ese artículo.

Otro cargo tengo que dirigir a mi querido amigo el Sr. Gamazo, contestando al que hacía S.S. al suponer que el Gobierno no ha hecho nada para remediar este malestar en que la agricultura se encuentra. ¡Ah, Sres. Diputados! ¡No ha hecho nada el Gobierno! Pues, ¡qué casualidad!, de la crisis económica, el único país que va saliendo regularmente es la Nación española. La crisis vino, la crisis afectó a todas las Naciones de Europa; pero más principalmente debía afectar a esta pobre Nación española, porque la cogía más escuálida, más flaca, más debilitada que a las demás Naciones; más flaca y más debilitada, por las desdichas interiores que nos han asolado y por las guerras civiles que nos han destruido. (Muy bien).

Pues a pesar de eso, Sres. Diputados, la crisis económica [3079] y los efectos de la crisis económica, que naturalmente debían producir más estragos en la Nación española que en las demás Naciones, la vamos resolviendo mejor que todas las demás Naciones que eran mucho más poderosas y mucho más fuertes que España. (Muy bien).

Claro es; cuando vino la crisis, cada Nación adoptó sus remedios, cada Gobierno tomó sus disposiciones. No he de entrar yo ahora en el examen de todas las que el Gobierno español adoptó; ya ha hecho la enumeración de ellas, con la elocuencia que le distingue, el Sr. Navarro y Rodrigo; no quiero cansar a los señores Diputados añadiendo a esa relación otras muchas disposiciones; pero sea de ello lo que quiera, sí le he decir que, mientras hemos presenciado en Londres atentados tremendos, en Roma y Milán saqueos horribles, en Alemania andar a tiros contra los obreros porque dicen que no pueden sostenerse por la miseria a que les reduce lo elevado del precio de los artículos de primera necesidad, y en Italia a los colonos, es decir, a los trabajadores campesinos, sublevados hasta el punto de tener que ser contenidos por la fuerza pública para que no arrasen la propiedad y asolen las casas y los campos; mientras esto sucede en otras Naciones, aquí, en España, vivimos tranquilamente, y tranquila y pacíficamente vamos resolviendo la cuestión de la crisis. (Grandes aplausos. -El Sr. Cánovas del Castillo: ¿Y la emigración?). ¡Ah! ¿Preguntáis por la emigración? Pues también en eso llevamos gran ventaja a las Naciones más poderosas de la tierra; porque según la estadística, mucha más emigración que en España hay en Francia, en Alemania, en Italia, en Austria? (Grandes aplausos, que no permiten oír al orador).

Pero, señores, ¡qué desdicha la nuestra! Este resultado tangible y evidente parece que entristece a algunos españoles, cuando quieren poner peros a lo que no tiene pero posible, porque es tan claro como la luz del día, porque está demostrado por los hechos. Pero decidme, Sres. Diputados, ¿qué habría pasado si hubiera sucedido lo contrario; si, como sucedía antes, España viviera en continua perturbación y estuviéramos todos los días en crisis y en motines por la cuestión del hambre y la miseria, mientras las demás Naciones estuviesen como está hoy España? ¿Qué hubiera pasado? Que sobre el partido liberal habría caído el anatema del país, y nosotros hubiéramos tenido que emigrar. (Aprobación).

Pues si esto hubiera pasado, sucediendo lo contrario de lo que sucede, por lo menos, dad algo al Gobierno liberal, dad algo al partido liberal respecto de lo que sucede en España con relación a lo que ocurre en los demás países de Europa.

Y ahora debo añadir, por si acaso aquí sucede algo (Risas), que no tendría nada de particular que sucediera, cuando sucede en todas partes, que ninguno de los Gobiernos de esos países ha caído por esto. (Grandes risas y muestras de aprobación).

Otra queja muy cariñosa tengo aquí en mi corazón para el Sr. Gamazo, y es, que el desvío con que trata a sus amigos, lo descontentadizo, lo duro, lo intransigente que se muestra al juzgar los actos de sus amigos, hace para mí dolorosísimo contraste con la amabilidad con que trata a nuestros comunes adversarios (Muy bien), suponiendo que la única habilidad del partido conservador, al presentar esta proposición, ha consistido en que, más cuidadoso de los intereses de la agricultura que el partido liberal, se ha adelantado a éste con la única panacea que encuentra para los males de la agricultura. ¡Ah! no, no; esas son bondades de mi distinguido amigo el señor Gamazo.

Porque si, en efecto, el partido conservador cree que la única panacea para los males de la agricultura es la elevación de los aranceles, ¿por qué no los elevó cuando pudo? ¿Por qué no atendió las peticiones que entonces, como ahora, hacía la agricultura? ¿Por qué dio lugar a que el Sr. Moyano pronunciara en el Senado aquellas palabras tan amargas: "no; yo no quiero ir al frente de una Comisión de castellanos a ver ningún Presidente del Consejo de Ministros; porque he visto primero al Sr. Cánovas del Castillo, y después al Sr. Sagasta, y del Sr. Cánovas del Castillo y del Sr. Sagasta he sacado lo mismo: nada"? Y luego volvió sobre sus palabras el Sr. Moyano y dijo: "no; por lo menos, del Sr. Sagasta he sacado palabras dulces y de consuelo, pero del Sr. Cánovas del Castillo no he sacado ni aún eso". (Grandes aplausos en la mayoría. -El Sr. Cánovas del Castillo pide la palabra).

No; la habilidad del partido conservador ha consistido en presentar esta proposición, con la cual se propone dos objetos. Primer objeto: invertir en su debate el tiempo que el Gobierno deseaba que se invirtiera en la discusión del proyecto de ley de sufragio universal.

Y extraño mucho que sea un Diputado el que haya dicho que por qué tenía tanta prisa por la discusión del sufragio universal; porque si tengo tanta prisa, es porque la experiencia me ha enseñado que es necesario adelantar los debates de los proyectos importantes; porque la experiencia me ha enseñado que me ha costado tres legislaturas el sacar la ley de reformas militares; tres legislaturas el Código civil; y en vista de esto, yo dije: "por si me cuesta tres legislaturas el sufragio universal, vamos a empezar a discutirlo ya". (Muy bien, muy bien).

¿Sabéis por qué quiero yo que el sufragio universal sea ley antes de que las Cortes concluyan su vida legal? Primero, porque es compromiso de honor del partido liberal y mío que el sufragio universal sea ley; y después, porque considero que quedando el sufragio universal como bandera flotante en el aire, será un grave daño para la paz pública. (Muy bien).

El segundo objeto que se proponía el partido conservador, era el gusto de ver desprenderse de la mayoría algunos de sus hijos queridos. Ésta era la habilidad, no la de adelantarse a nosotros en proporcionar remedios para aliviar a la agricultura; porque más cuidadosos que nosotros de sus intereses, no es exacto que sean los conservadores, ni lo han sido jamás.

La habilidad es conocida; es necesario estar ciego para no verla, y además estar sordo, muy sordo; porque, ¡cuidado si lo dijo con voz clara y sonora el jefe del partido conservador, para no haberla oído descubrir a S.S.! ¿Cuál era el objeto de esta proposición presentada por el partido conservador? Pues el que antes he dicho. Pero además, en las Asambleas parlamentarias muchas veces no se vota lo que está escrito, sino que hay que atender a la intención de quien lo escribe, a los móviles que le impulsan, a los propósitos que le animan; y cuando esas intenciones, esos móviles y esos propósitos son contrarios al adversario, el adversario sería un inocente si siguiera los [3080] impulsos, los propósitos y los móviles del partido conservador.

¿Cuáles eran los objetos que se proponía el partido conservador? Ya los he dicho; el partido liberal los sabía. Pues bien; el sentido político más vulgar, el deber más elemental de partido, aconseja que no vayamos a caer en el lazo que nos tienden nuestros adversarios. Por eso espero yo que mi distinguido amigo el Sr. Gamazo no sumará su voto con los votos de los conservadores; no lo sumará en esta proposición, que después de todo, y por más que se hayan discutido todos los asuntos que con el estado económico del país se relacionan, se reduce única y exclusivamente a un alza de los aranceles para los cereales y para las harinas, ni más ni menos; proposición que fue presentada y apoyada en la última legislatura por el digno jefe del partido conservador, y que sin embargo fue desechada, y no había de tener ahora el partido conservador la pretensión de que fuera aceptada la misma proposición apoyada por el Sr. Fernández Villaverde, excelentísimo abogado, pero que me parece que, siquiera por la cuestión de las jerarquías, hay que suponer que defendió mejor esa proposición en la legislatura pasada el Sr. Cánovas. (Risas).

El Sr. Gamazo, comprendiendo, como hombre de partido, que sumando su voto a los de los conservadores puede debilitar al partido liberal, es decir, a su propio partido, y bueno es que lo confiese el Sr. Gamazo, y que esa debilidad de nuestro partido cuando más fuerza necesita para sacar adelante el sufragio universal y terminar el cumplimiento de todos sus compromisos pudiera hasta acarrearle alguna dificultad, hace el sacrificio de aplazar su voto; pero su señoría lo aplaza para tan corto tiempo y con tales condiciones, que yo declaro que agradeciendo el ofrecimiento, no lo puedo aceptar; porque si S.S., uniendo su voto a los conservadores, da al partido conservador la fuerza que le quita al partido liberal, y en este sentido puede quedar debilitado el partido liberal, no podrá negarme el Sr. Gamazo que más debilitado quedaría si pasara por el vilipendio de sostener a un Gobierno que aceptara semejantes condiciones. (Muy bien).

El Sr. Gamazo, como todos mis amigos políticos, tiene el derecho de expresar sus ideas y de dar su opinión, y sabe el Sr. Gamazo con cuánto gusto oigo yo los consejos, las excitaciones y los estímulos de mis amigos; pero ¡ah! que para que esos estímulos, esas excitaciones y esos consejos sean de amigo y produzcan efecto, es necesario que se den de silla a silla; porque el consejo dado públicamente, más que para ayudar, parece dado para deprimir. (Aprobación).

Está bien que el Sr. Gamazo quiera llevar a su partido su influencia legítima, que es muy grande; está bien que quiera llevarla para soluciones que crea mejores; pero asimismo está bien que yo no atienda sólo a la tendencia del Sr. Gamazo; que en el partido liberal hay otras tendencias no menos recomendables y hay otros hombres no menos importantes que el Sr. Gamazo, y yo tengo la necesidad de atender a las unas y a las otras para buscar la resultante de las unas y de las otras. El Sr. Gamazo no puede tener de ninguna manera la pretensión de que sus ideas y sus deseos hayan de prevalecer por encima de su propio partido y en daño del prestigio del Gobierno de S. M.

Eso no lo puede pretender el Sr. Gamazo; eso no me lo puede proponer a mí S.S.; y yo espero que el mismo Sr. Gamazo declare que si yo aceptara tal cosa, me consideraría S.S. con menos prestigio del que necesita un jefe de partido y un jefe de Gobierno. (Muy bien).

Claro está, señores, que si el Sr. Gamazo va a sumar su voto con el de los conservadores, debilitará al partido liberal, según su propia confesión; pero después de todo, ¿no quedaría más debilitado si se aceptaran sus condiciones? Yo le digo al Sr. Gamazo: no repare S.S., por la suerte del sufragio universal, en seguir la conducta que crea conveniente; para mí será un grandísimo dolor; pero yo entiendo que el sufragio universal no ha de correr por eso peligro alguno: de cualquier modo, yo le aseguro al Sr. Gamazo, que mientras tenga la honra de continuar en posesión de la confianza de la Corona y me queden seis votos de mayoría en el Parlamento, cinco me sobran para sacar adelante el sufragio universal. (Grandes aplausos en la mayoría).

Señores Diputados, yo que he hecho tantos sacrificios por la unión del partido liberal; yo que he hecho tales esfuerzos por el mantenimiento de esta gran agrupación, y no sólo por su mantenimiento, sino por extender sus horizontes; yo que he sacrificado mi temperamento, mi paciencia, mi carácter y hasta mi salud (Aplausos) por la unión del partido liberal, yo no puedo querer más que la paz entre todos sus afiliados, y para eso no hay sacrificio que considere grande, ni creo que ningún liberal considerará excesivo sacrificio alguno; porque, señores, cuando gracias a grandes y patrióticas transacciones habíamos llegado a constituir una fuerza política que era garantía de pacificación en los partidos y escudo del reposo público; cuando gracias a estas grandes transacciones íbamos resolviendo los más grandes y difíciles problemas hasta llegar al sufragio (que yo por altas consideraciones políticas y de gobierno, y en correspondencia a otras grandes transacciones, he aceptado con gusto, y he estado y estoy dispuesto a defender con energía y a mantener con lealtad), no conviene que por nada ni por nadie, ni por causas que parezcan grandes, pero que todas son pequeñas ante esto, no conviene que se pongan obstáculos a la marcha hermosísima de este partido liberal, al que el país confía sus más grandes intereses.

Yo recuerdo, Sres. Diputados, yo recuerdo a este propósito, y en esto no hago más que traer a la memoria de todos un recuerdo que ha hecho el Sr. Navarro Rodrigo, que allá, en época todavía no muy remota, pero que yo había creído, felizmente para el país, pasada para siempre, el partido liberal no encontró jamás en su camino más dificultades que las que surgían de su propio seno, ni halló más obstáculos que los que le creaban sus propios hijos. Pues bien; yo conjuro a todos, y el primero mi distinguido amigo el Sr. Gamazo; yo conjuro a todos los liberales a la unión, porque no hay razón, por grande que parezca, ni motivo, por importante que se crea, que pueda justificar ni excusar el quebrantamiento de fuerzas políticas de esta importancia, con el cortejo de consecuencias desastrosas que traería para la libertad y para la paz pública. (Muy bien, muy bien).

Yo conjuro a todos, para que todos procuren, cada cual en su esfera, si es necesario posponiendo el amor propio, si es necesario haciendo los mayores sacrificios, procuren por todos los medios posibles que no [3081] renazca aquella enfermedad que parecía crónica en los partidos liberales, el instinto del suicidio, que si siempre fue mala para el partido liberal, hoy redundaría, más que en daño del partido liberal, en desdicha de las instituciones y en desgracia de la Patria. (Aplausos).

Yo espero, Sres. Diputados, que mi voz de amigo no ha de ser desoída; pero si lo fuera, yo que no puedo olvidar las lecciones de la experiencia, yo que no quiero moverme más que a impulsos del patriotismo, con los que a mi lado queden, poco o muchos, lucharé sin tregua ni descanso para mantener las libertades conquistadas, para conquistar las que todavía nos faltan, para unir constantemente los elementos liberales del país y para facilitar la altísima misión de nuestra Reina Regente; pero lucharé sin tregua ni descanso, sin aceptar condiciones que nos debilitan; porque yo, en el poder y fuera del poder, podré dirigir con más o menos acierto mi partido, pero no he de llevarlo, ni lo he llevado jamás, sino por el camino del honor y de la dignidad. He dicho. (Grandes y prolongados aplausos). [3082]



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